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Leandro Blanco Pighi

Ecuador: Columpio del Fin del Mundo

Existe un lugar en donde volar por un rato es posible: un columpio a 2660 metros sobre el nivel del mar. Para hamacarse entre las nubes, con los pies en alto y el corazón palpitando con fuerza.  

Desayunar en la selva, almorzar en la sierra y cenar en la costa”. Lo repiten las cuerdas vocales de los habitantes de Ecuador. Y es verdad. El país de la mitad del mundo es pequeño, pero a su vez, infinito. Paisajes, climas, relieves y hasta la gastronomía cambian con algunas pisadas del acelerador.

Atravesando la ruta E30 se empieza a sentir el clima tropical, propio del oriente ecuatoriano. Entre los cerros teñidos de verde y las faldas del volcán Tungurahua, aflora una pequeña ciudad: Baños de Agua Santa, también conocida como Baños. Este poblado de quince mil habitantes es uno de los puntos más turísticos del país y debe su nombre al poder curativo de las aguas termales de la zona.

El sonido del agua al caer es la música perfecta para contemplar todo el verde que rodea el andar. La naturaleza es quien cubre el espacio. Los senderos se pierden entre los cerros. La humedad acompaña la estadía a cada paso.

Cruzando por la plaza principal no es difícil visualizar la parada de autobuses que conduce hasta la famosa Casa del Árbol y su “Columpio del Fin de Mundo”, a unos 2660 m.s.n.m.

Treinta minutos de curvas y pendientes son suficientes para llegar a destino. Arriba, codeándome con las nubes, junto a una larga y expectante fila de personas espero ansioso el gran momento de sentarme en la hamaca y sentirme un pájaro sobre el abismo. En frente, la neblina se funde con las montañas.

Es mi turno. Una mano desconocida me tiende el objeto preciado. Me acomodo sobre la plataforma, me abalanzo hacia el borde y, simplemente, levanto los pies.

Sobre esta tabla de madera, agarrado con fuerza de las sogas que me sostienen, estirando las piernas hasta donde ya no se puede, justo ahí es donde siento que todo comienza y acaba a la vez.

Estoy volando.

Nado en el cielo. Floto unos segundos y vuelvo. Voy y vengo sobre el precipicio y regreso a la tierra para darme impulso y salir otra vez hacia el firmamento, hacia la nada, hacia el todo. El viento, veloz, da latigazos sobre la cara. La sonrisa se expande de sur a norte, de este a oeste.

¡Ooohh! ¡Aaaahhh! ¡Eehhh! ¡Uuuuhhh! Murmuran las voces de quienes aguardan emocionados por su cita. La felicidad se congela en un momento que se convierte en eterno. En alquimia infinita para el resto de la vida, para rejuvenecer el espíritu cuando el cuerpo afloje, para recordar lo excelso de estos ínfimos instantes cada vez que así sea necesario.

Este rincón de Ecuador es magia. Magia sin fin.

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Leandro Blanco Pighi

Leandro es Licenciado en Comunicación y escritor especializado en turismo. Un viajero empedernido que sale a cazar historias para luego convertirlas en crónicas. Acompañalo en sus viajes a través de su IG @viajero_intermitente

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