El Viejo Expreso Patagónico “La Trochita” recorre regularmente un trayecto que parte de Esquel y descansa en la estepa de Nahuel Pan, antes de emprender la vuelta. Se trata de un paseo de tres horas en un tren a vapor de casi cien años, que entretiene y emociona a los turistas de todas las edades y procedencias.
El viaje sin tiempo
El fuego en la caldera, el sonido del silbato, un temblor de avance y La Trochita empieza a moverse con ese traqueteo icónico, con el que parece iniciarse la magia de un viaje sin tiempo. El envolvente paisaje de Esquel durante 50 minutos muta en la amplia estepa de Nahuel Pan, a lo largo de 18 kilómetros. Se asciende 200 metros en un camino de curvas en el que la nieve se vuelve cada vez más intensa.
Desde lo alto, la inmensidad del Valle se observa en todo su esplendor. La llamada Curva del Huevo demanda una característica postal a la que no hay cámara fotográfica ni teléfono celular que se pueda resistir: desde los últimos vagones se captura al tren doblando en toda su extensión. Al llegar a Nahuel Pan, la locomotora se desengancha para cambiarse de lado, de modo tal que los primeros vagones quedan a lo último.
El Viejo Expreso Patagónico pasa sobre el arroyo Esquel apenas sale, cruza el camino a La Hoya y atraviesa nada menos que la mágica Ruta 40, esa arteria extensa que de norte a sur recorre la geografía nacional, paralela a la Cordillera de Los Andes. Ovejas, vacas, caballos y liebres, completan el paisaje, configurando la escenografía perfecta para el paso del tren.
Adentro, La Trochita, refugia el pasado. Los chicos curiosos se sorprenden con los asientos, con las ventanas, admiran de cerca al maquinista y si tienen la posibilidad, lo invaden de preguntas. Que cómo funciona este tren, de cuándo es, por qué despide ese humo, por qué es tan antiguo, son algunas de las cuestiones que se repiten. Una pareja mayor le cuenta a una ocasional familia amiga que su primera vez en La Trochita fue hace 50 años en el viaje de Luna de Miel y que ahora la están redescubriendo como paseo turístico para celebrar las bodas de oro.
Un hombre solo, se emociona hasta las lágrimas recordando sus tiempos de conscripto, tantas décadas atrás, sobre ese mismo tren. Dos amigos, de rodillas, alimentan la salamandra con leños para dar un ambiente cálido al viaje. Un poco más atrás, una pareja de extranjeros europeos porta máquina de fotos, planos, un libro sobre trenes con ilustraciones de altísima calidad y señala hacia el techo, como descubriendo aquellos detalles sobre los que supo leer tantas veces.
Una guía especializada narra la historia del ferrocarril en la Patagonia y responde consultas de los pasajeros. Un cantautor recorre los vagones cual juglar con sus interpretaciones y un fotógrafo registra los inolvidables momentos del viaje y ofrece sus servicios a los viajantes.
En Nahuel Pan, se hace un alto en el paseo para que en poco menos de una hora, los pasajeros puedan conocer este pequeño paraje Mapuche Tehuelche, visitar el Museo de Culturas Originarias Patagónicas, la casa de las Artesanas y la Feria Tokom topayiñ.
Acto seguido, la vuelta; la hora que completa el viaje. El recorrido a la inversa: la estepa que se vuelve ciudad. Y La Trochita que retorna al presente, regresando a sus pasajeros a la vida donde el reloj no regala segundos. Pero algo ha cambiado a partir de esta experiencia inolvidable: los abrazos agradecidos, las miradas, las palabras que tardan en salir, los ojos empañados de emoción que no dan tregua. El tiempo se suspende, ahí queda La Trochita, esperando un nuevo contingente para atravesar el tiempo.